En el marco de los
veinte y ocho años de labor de Cátedra de la Paz y Derechos Humanos “Mons. Osca
Arnulfo Romero” de la Universidad recordaremos un documento elaborado por
Rafael Aguilar; quien era integrante para ese momento.
El año 1991 marcaba
los tres primeros años de existencia de la CATEDRA DE LA PAZ MONS. OSCAR ARNULFO ROMERO. No son muchos años
si los comparamos con otras instituciones similares. Pero son muchos si los comparamos
en el panorama regional, nacional e incluso mundial.
Que ha visto nacer
decenas de instituciones al servicio de la paz, que luego de algunos meses
desaparecen, se extinguen por mil u otras razones, pero, razones o no, ya no
existen. Muchas de ellas dejan de existir porque carecen de las bases
filosóficas de una verdadera ideología pacifista; otras porque sus asociados se
cansan de un trabajo que es arduo y agotador, muchas veces incomprendido y
otras tantas vilipendiado. A otras las destruye las disensiones internas, la
falta de flexibilidad en sus funciones y en los enfoques sobre la problemática social,
la inadaptación a la realidad de cada país y de cada situación.
Muchas mueren asfixiadas
por la presión de poderosos grupos económicos, sociales y políticos que se
molestan por las actividades en defensa d la paz y el bienestar social de las
pequeñas comunidades.
Unas más perecen
porque no saben llegar a la opinión pública, no se hacen entender por el
ciudadano común, porque a veces hablan en un lenguaje rebuscado y sofisticado.
Otras más, languidecen porque no logran el mínimo apoyo económico y a veces
pretenden lograrlo solo como dadivas de los organismos oficiales.
En fin, son múltiples
los aspectos que atentan realmente contra todo tipo de agrupación pacifista y a
ello se une, en nuestro país, la dificultad enorme que hay para organizarse,
trabajar en grupos, en comunidades y sobre todo, nuestra ya secular
indisciplina. Esto hace mucho más meritoria la existencia de una institución
que como la CATEDRA DE LA PAZ MONS.
OSCAR ARNULFO ROMERO, haya arribado a su tercer año de lucha, siempre
recordando que la paz no se da, se
construye con la participación comunitaria.
Contra viento y
marea, a pesar de dificultades de toda índole, la Cátedra de la Paz, como ya
todos la llaman, ha pasado de ser una agrupación localizada en Mérida, a una
organización con amigos prácticamente en todo el país, y aún en el exterior.
La actitud de muchos
hacia la Cátedra de la Paz, que al
principio era de escepticismo, hasta de sonrisas irónicas ( estos utópicos pacifistas… ), ha
cambiado hacia un gesto de respeto y consideración, incluso algunos le tienen cierto temor a la
Cátedra de la Paz, no porque esta
sea violenta o persiga a nadie, sino, porque mantiene firmes sus principios pacifistas
y sus puntos de vista sobre un desarrollo más armónico del país; un desarrollo
más en consonancia con el ambiente que necesita el hombre para su realización
física y espiritual.
Esto supone a veces
la defensa irrestricta del derecho a respirar un aire puro y limpio, y
contemplar en un régimen de libertad, las bellezas naturales de la nación, de
vivir en armonía con la naturaleza y los hombres, lo cual supone una clara
posición pacifista y antiarmamentista.
Para la Cátedra de la
Paz, la plenitud de vida es posible:
es una posición optimista ante tanto derrotismo; es una actividad positiva que está
basada en el trabajo firme y sostenido de un equipo de hombres, mujeres,
jovenes y niños que creen en la paz, la justicia social, y el equilibrio
ecológico, que son dones del creador que deben llegar a todos los seres
humanos, sin excepción.
Para culminar,
resaltaremos con lo señalado por Rafael Aguilar que muchas de las precisiones que visualizo en
esos primeros tres años, siguen marcando el quehacer actual de la Cátedra de la
Paz. (Recopilación Walter Trejo Urquiola, Marzo 2015)
No hay comentarios:
Publicar un comentario