Oscar Arnulfo Romero Galdámez
nació en Ciudad Barrios, en el Departamento de San Miguel, El Salvador. Ese
país pequeño en Centro América, que tanta historia tiene, con su sufrimiento y
lucha por la redención humana.
Romero fue ordenado sacerdote el
4 de abril 1942, con veinticuatro años, y en 1970 nombrado Obispo Auxiliar de
San Salvador; luego de cuatro años es enviado como Obispo a la región cafetera
de Santiago de María. Por fin en 1977 es nombrado Arzobispo de San Salvador por
su perfil de estudioso y calmado dentro de la iglesia. Es aquí donde comienza
su conversión al pueblo, reafirmando su condición profética.
Del encuentro, quizás deba decir
choque, con la realidad conflictiva salvadoreña y la cercanía a los hilos
conductores del poder económico y político emergió el hombre que recordamos
hoy, quien supo interpretar su tiempo social y ponerse al lado de los excluidos
y olvidados de su país. Como punto crucial de esta conversión se ha señalado el
asesinato del Padre Rutilio Grande en marzo de 1977, a manos de la Guardia
Nacional, “justificado” como producto de un enfrentamiento y acusándolo de
subversivo comunista. Grande, quien además de sacerdote es amigo cercano a
Romero, golpeó de frente la conciencia de Romero y su papel ante la dura
realidad del pueblo salvadoreño de finales de los setenta, que ya vislumbraba
la cercana guerra civil que luego azotó ese país por más de doce años, y
centenas de miles de muertos.
La injusticia y el abuso de militares,
aliados con la clase política y el poder económico nacional, con simpatías en
los grupos dirigentes estadounidense, conllevaron a la movilización de grupos
armados contra el orden establecido por el mal gobierno. Desapariciones y
asesinatos de campesinos, estudiantes, dirigentes populares, hombres, mujeres y
niños, cuyo principal delito era el ser pobres.
Ante la realidad, Mons. Romero
decidió acompañar a su pueblo, respondiendo con la denuncia de lo que consideró
humanamente injusto, ratificando su opción por los pobres y la convivencia en
sociedad. Así el pueblo encontró una voz y una mano amiga; ya no para darle
dadivas para aguantar su dolor sino esperanzas para un vivir mejor. Era el
Obispo quien denunciaba los abusos del poder y nada menos que desde el púlpito
de la Catedral de San Salvador.
Esta opción lo llevó al
martirio, el 24 de Marzo de 1980, durante la eucaristía en la Capilla del
hospital de la Divina Providencia, un asesino a sueldo entra y da un certero
disparo al pecho de Romero. Muere inmediatamente. El gatillo fue accionado por
un hombre, pero en realidad del arma hicieron uso grupos de poder que temieron
a las denuncias del Obispo. Se supo luego que el autor intelectual fue Roberto
D'Aubuisson, líder de los escuadrones de la muerte, militar, quien luego
llegaría a ser Presidente del país.
Pero la obra de
Oscar Arnulfo Romero no llegó hasta ese día. Sus obras, ideas, pensamientos,
sus amores a Dios, a la Iglesia y al Pueblo trascendieron fronteras, ideologías
y hasta creencias religiosas. Hoy en día Romero sigue siendo punto de
referencia en la reconstrucción del país y entre las generaciones jóvenes que
quieren cambiar su país.
Su pensamiento, que es el pensamiento social de base
de la iglesia, guía la lucha por una sociedad mejor, su actuar no violento, de
lucha por la paz, por la redención del pobre se mantiene en las organizaciones,
movimientos y personas que caminan por un mundo donde no impere la injusticia.
Se cumplió su profecía. “si me matan, resucitare en el pueblo salvadoreño”.
También en el
mundo la figura de Romero destaca, ese ejemplo de compromiso cristiano con la
vida brilla y orienta caminos. Romero también vive en la memoria de
Latinoamérica, de la iglesia comprometida con los pobres, de la lucha por la
justicia y la paz. También Europa y el resto de continentes tienen el mensaje
de Romero entre sus organizaciones, comités y personas que laboran por el mundo
nuevo. Romero también nos legó esperanza, su martirio nos recuerda el duro
camino del pueblo latinoamericano, pero el valor ante el sufrimiento nos enseña
la verdad de la justicia y la paz, el encuentro con la bondad de Dios en la
tierra.
A los años de
su siembra, hay cientos de celebraciones en El Salvador, y otras tantas en
muchas ciudades del mundo. Desde campañas de arbolización hasta reflexiones
teológicas, encuentros juveniles, simposios, celebraciones eclesiales y actos
de diverso tipo. Todos nos dicen Romero resucitó y está entre nosotros. Han
sido 25 años de denuncia y de esperanza para cuantos le seguimos, denuncia de
los males que enfrentó, pero también de los que enfrentamos hoy. De esperanza
por el futuro de su país y su gente, pero también esperanza para todos los
pueblos del planeta.
Desde Mérida nos
sumamos a la conmemoración del martirio y resurrección de Romero, nuestra
acción y palabra de apoyo a quienes ante la injusticia escogen la justicia, la
paz, la defensa de los menos favorecidos y ser dadores de vida, en vez de
promover la muerte. La convivencia digna, en respeto a los derechos humanos para
todos.
Una última
reflexión en tiempo de crucifixión, muerte y sobre todo resurrección; en
nuestros días cuales serán las causas de Romero, ¿qué haría Oscar Arnulfo
Romero ante los problemas de nuestro tiempo? ¿Cómo ponemos en práctica nuestra
opción por los pobres?
A propósito del
proceso de beatificación de Mons. Romero, que ha tardado su tiempo a pesar de
la presencia de Romero en el pueblo salvadoreño y católico mundial, me sumo a
la opinión de que Romero ya es un santo reconocido por sus obras en vida, y
luego por las que motiva su pensamiento, por el pueblo cristiano que le sigue,
respeta y consagra; ya es San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro.
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