Se da la circunstancia este año de coincidir la celebración de Oscar Romero, 24 de Marzo, con la muerte litúrgica de Jesús; Jueves Santo y día del Amor fraterno.
Romero y el Nazareno unidos por el martirio y ambos por idéntica causa: El amor hacia los que sufren “hambre y sed de justicia”. A los ninguneados, a los excluidos, a los hambrientos, que son los preferidos del Padre.
Vivimos en un mundo alarmantemente inhumano. Un mundo dirigido por una reducida e esquizofrénica élite, sedienta de poder, dinero y depredadora de personas y naturaleza, que no les importa en absoluto el sufrimiento humano, pero que, hipócritamente, muchos de ellos se declaran en sintonía con ese Padre de Jesús.
Ellos están trastocando los más elementales valores universales y los líderes mundiales ni pestañean. En “Occidente”, la connivencia entre poder económico y político es total. Y ello es preocupante porque cuando ambos confabulan, el fascismo suele ir de la mano.
El mapa político y económico actual ya no responde a unas, más o menos, civilizadas ideologías de izquierdas y derechas en la decente búsqueda de un bienestar de paz y prosperidad para la población en general, y bajo el amparo de unos representantes democráticos que promulgaran equitativas leyes, garantes protectoras de la ciudadanía, tampoco en un mundo empresarial que respeten ecuánimes relaciones laborales o en unos bancos que ya no se limitan a administrar los recursos de los ahorradores, concediendo unos créditos respetables. Lamentablemente no es así.
En los momentos actuales se está librando una encarnizada lucha de clases, iniciada por los ricos contra los pobres (86 personas acumulan la misma riqueza que la mitad de la población mundial- 3.500 millones-), y donde la tradicional clase política occidental, alineada descaradamente con estos poderosos, provocan con su legislar que las desigualdades adquieran índices exponenciales y que los valores democráticos y derechos humanos sean conculcados continuamente.
Existe una preocupante regresión en los avances de paz, democracia, igualdad y libertad, logrados tras el segundo conflicto mundial.
También es significativa la involución eclesial tras el esperanzador concilio Vaticano II, que tantos caminos abrió a las fuentes jesuíticas. El espíritu de Jesús nos regala un Papa como Francisco, verdadero bebedor y dador de los manantiales evangélicos y, sin embargo, no pocas jerarquías eclesiásticas esperan ansiosos su final mientras hacen caso omiso a sus cristianas indicaciones y humanas advertencias. ¡Cuántos abrazos le hubiera dado Francisco a Romero! ¡Cuánto lo hubiese escuchado! Muy al contrario que uno de sus últimos antecesores que ni siquiera quiso recibirlo, teniendo que madrugar y hacer cola como un feligrés más, para decirle cuando le extendió la mano: “Soy el arzobispo de San Salvador y necesito hablar con usted”. No tuvo más remedio que concederle audiencia para el día siguiente.
La extrema derecha que gobernaba en El Salvador, con la colaboración de grupos paramilitares, buscaba atajar a sangre y fuego los postulados de la Teología de la Liberación asesinando a sacerdotes, monjas y agentes de pastoral, bajo la consigna de: “Haz patria, mata a un cura”.
Monseñor Romero colocó sobre la mesa del despacho papal los informes que demostraban los abusos, calumnias y campaña de difamación que el gobierno de Romero Mera había acometido contra la iglesia salvadoreña. Impaciente y casi despreciativo el Papa le respondió: “¡Ya he dicho que no vengan cargados de tantos papeles! ¡No tenemos tiempo para estar leyendo tanta información!
A pesar de la contrariedad y con mucha pena, Oscar Romero le expuso las fotos de algunos sacerdotes torturados, explicándole las grandes labores que realizaban y como fueron cruelmente asesinados y difamados, hasta el punto de llamarles guerrilleros. “Y acaso no lo eran”, le respondió el Papa.
La recomendación final del obispo de Roma aumento más la humillación que soportó Monseñor Romero: Tender lazos con la dictadura salvadoreña e indicándole: “el general es católico y algo bueno ha de tener”.
Denigrado, deprimido y abandonado por su iglesia, Romero, más lejos de hundirse y acobardarse, potenció aún más su defensa por el pueblo machacado, por las injusticias y por sus feligreses perseguidos. Denunciaba la arbitrariedad política, la cruel represión del ejército y el egoísmo insaciable de los terratenientes, a los que llegó a calificar como “el imperio del infierno”.
Tres meses después de la reunión con el Papa lo asesinan, mientras celebraba la Eucaristía en un humilde hospitalito de monjas, donde vivía. Un día antes, en una de sus memorables homilías diría a las bases de la Guardia Nacional:”…Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice “No Matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios.
Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del mal…” Denunciaba al estilo de Jesús; sin odio, siempre defendiendo a los humildes y marginados y sin miedo. Quien ama nunca tiene miedo. Ocho años más tarde asesinarían, también en El Salvador, a los jesuitas españoles y a las dos mujeres que les ayudaban. La Iglesia jerárquica calló y el pueblo se rebeló…
Esta sinrazón mundial, continúa su peligrosa escalada hacia horizontes tenebrosos para la humanidad y para el planeta. El infierno no está por venir, ya está presente para cientos de millones de seres humanos, como lo demuestran las decenas de miles de personas que mueren diariamente como consecuencia del hambre, las terribles guerras que padecen numerosos pueblos por cuestiones geopolíticas de poder y venta de armamento -dinero para matar, pero no para comer-, la locura de los millones de personas emigrantes o refugiados que, exponiendo o perdiendo la vida, se ven obligados a abandonar sus hogares, sus familias, su cultura o su patria incitados por este desequilibrio económico, los conflictos armados o la sumisión política, el drama mundial del desempleo y las esclavizantes, cada vez más, relaciones laborales, motivado por la ciega ambición de banqueros, grandes empresas y la connivencia de determinados gobiernos afines a este modelo económico, la persecución y expulsión de numerosas poblaciones indígenas, verdaderas dueñas y cuidadoras, desde las noches de los tiempos, de esos espacios naturales que desean ocupar las empresas multinacionales, la desestabilización, acoso sistemático y sibilinos golpes de Estado contra aquellos gobiernos mundiales que osan presentar una alternativa política, social y económica más fraterna, libre e igualitaria al statu quo establecido.
No le faltaba razón a Oscar Romero cuando hablaba del “imperio del infierno”, ni “Raza de víboras” a Jesús.
La alta sensibilidad ante el sufrimiento humano, lleva a denunciar la raíz de las causas que lo provocan. Hoy en El Salvador los militares se manifiestan periódicamente para que no enjuicien a sus compañeros que asesinaron a los jesuitas-¿tendrán algo de bueno los capitanes católicos salvadoreños?- El presidente del país se debate entre practicar la justicia, que solicita el pueblo, o enfrentarse a la cúpula militar, mientras tanto la oposición se frota las manos, una perversa extrema derecha que acaba de ser sorprendida negociando con las violentas “Maras”, con el objetivo de multiplicar la violencia y desestabilizar al gobierno- ¿tendrán algo de bueno los católicos de esa formación extremista?
Es curioso observar como los tres países más violentos de Latinoamérica, como son México, Colombia y Honduras, alineados con el sistema económico imperante y donde son sistemáticos los asesinatos de sindicalistas, líderes indígenas, campesinos, periodistas o estudiantes, son respetados por ese arrogante poder y, sin embargo, países como Venezuela, Bolivia, Ecuador o Brasil, cuyos logros sociales y democráticos son admirables, como también sus políticas en favor de los excluidos, los indígenas o el medioambiente, se convierten en objetivo de ataques, descréditos y golpes de Estado, por el mero hecho de representar una alternativa más humana y evangélica.
Y lo peor es el silencio cómplice de sus jerarquías eclesiásticas, tanto en un caso como en el otro.
Los grandes medios de comunicación, desde que comenzaron a cotizar en bolsa, nos ofrecen cada día un churrasco de verdad. En manos de los poderosos, orientan la información en función de sus intereses, manipulando hechos, tergiversando evidencias, creando infundios u ocultando realidades. Su objetivo principal, más que ofrecer una nítida información, consiste en alinear conciencias y voluntades en favor de los postulados neoliberales. No en vano Malcon X llegó a certificar: “Si no estás atento a los medios de comunicación llegaras a odiar al oprimido y amar al opresor”.
Su omnímodo poder llega a provocar que cualquier gobierno, institución o partido político que ofrezca una alternativa que atente sus privilegios, en beneficio de los derechos de la ciudadanía, tenga que librar la confrontación cuesta arriba y, además, con el árbitro en contra. Puede afirmarse, que el mundo iba a mejor hasta que los poderosos asaltaron y se adueñaron de los medios de comunicación para defender sus políticas neoliberales.
Las actuales estructuras democráticas, que están diseñadas precisamente para que los cambios profundos no puedan darse, siempre legislan y dictan leyes que favorecen a los ricos y perjudican a los débiles. Su dioses son los mercados y su objetivo el dinero.
Estos poderosos siempre anteponen el oro del becerro a la persona, por eso tanto estimulan el caritativo asistensialismo, que nada cuestiona, y tanto atacan al amor basado en la justicia, que todo lo debate. Luchar por implantar la humana y planetaria fraternidad, a la que todas las personas están destinadas, se ha convertido en un acto de subversión y rebeldía. Nunca en la historia el poder fue tan concentrado e invisible y nunca la revolución de la fraternidad tan numerosa y tan ocultada.
No quieren que el pueblo sueñe sueños de amor. Asesinar a la esperanza es una de sus estrategias.
Oscar Romero, ejemplo del fidedigno amor, inspirado por Jesús, marcó los caminos de la verdadera fraternidad.
El, con su testimonio, y desde la mártir, pero fértil Latinoamérica, hizo florecer los brotes de esperanza por esos senderos que conducen a la plena felicidad mundial. Dicen, que una vez S. Francisco le dijo al almendro háblame de Dios, y el almendro floreció…
Pedro Castilla Madriñán
SICSAL Comité Oscar Romero de Cádiz
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